CAPITULO 1 : EN BUSCA DE LA SOLEDAD

En un rincón apartado, donde el tiempo no deja de disolverse, vivía una ermitaña, acompañada de su gata.

Habían pasado casi siete años cuando, un día, al regresar del río, la gata ya no estaba. En su ausencia, la casa se sintió vacía, como si un cacho de alma se hubiera desprendido y aventado hacia un abismo. La ermitaña cayó en un duelo silencioso, el cual se convirtió en una obsesión por hallar y reencontrarse con su confidente, la destructora de mundos.

Desesperada, comenzó a buscar respuestas en lo inexplicable. Estudió los libros olvidados de magia antigua y se adentró en la meditación, convencida de que había algo más allá de las fibras de lo tangible y lo intangible, algo que quizá pudiese ayudarla a al menos divisar a la desaparecida. Cristalizó en su mente que la conexión entre ellas nunca había terminado, solo se había transformado.

En su afán de transmutar y sanar, pensó en buscar a una guía del otro lado, capaz de percibir lo invisible, un aliado que pudiese tender un puente entre los mundos.

De por medio, solo quedaba fe. La ermitaña no tenía nada más que ofrecer que su ingenua esperanza aterrizada en dibujos. Una promesa de amor: su visión y sus manos a cambio de alguna dirección para contactar a la extraviada otra vez.

Pero nada. Nadie apareció. El vacío se expandió aún más, hasta que, una noche, después de meditar, caminar y fantasear rituales, cayó en un sueño profundo, donde la realidad misma pareció desmoronarse.

— Fue un ensueño. Como cuando se te sube el muerto. Estaba acostada en el colchón tirado en el piso; la casa se sentía como la casa, el cuarto como el cuarto, y la ventana, toda iluminada por la luna. Le vi colguijes, descalzo y agarrando como un cetro de madera.

Se encontraba en un espacio etéreo, sin límites, flotando entre dimensiones. Y allí, en la bruma de la penumbra, apareció una figura. No era un rostro humano ni una forma clara, pero en su presencia había algo que le resultaba incluso familiar. Tenía ojos amarillos que brillaban como dos astros en la oscuridad. La figura levitaba en equilibrio, suspendida, desafiando la gravedad. No estaba completa, no estaba definida. Y, sin embargo, la presencia irradiaba una claridad paralizante.

Venía de otro lado, como si fuera un eco de un universo distinto. No dijo palabra alguna. Aun así, la ermitaña entendió que no necesitaba hablar para hacerse entender. Sus ojos amarillos la perforaban, fijándola en lo más hondo de su ser. Algo estalló en su interior, desatando un vórtice de memorias enredadas que arrastraron lo extraviado hasta el centro de su corazón. En ese torbellino sosegado, no le quedó más que observar.

— Y me aplastó. Levantó su pie y lo dejó caer justo en mi pecho, donde ya me había calado tanto… y me le quedé viendo, y traté de admirar qué pasaba…

En ese instante, las piezas encajaron. La búsqueda no fue solo encontrarla en otro lugar, sino descubrir que el amor y la presencia de la gata seguían dentro de ella, en todas partes.

Al despertar, la ermitaña se sintió envuelta en calma. Lo que había experimentado no era un simple sueño lúcido. La gata seguía en los rincones invisibles de su mundo, donde los segundos y las paredes se desfasaban. Andaba cerca, como una sombra que nunca se aleja.

Cerró los ojos sabiendo que la había escuchado. Imaginó el lazo brillante entre ellas y, desde sus pensamientos, la llamó.

El viaje hacia el reencuentro no solo la guiaba hacia su compañera, sino hacia sí misma.

— Los gatos vienen y van, dejándome migajas de sombra en los rincones. A ellos también les fascina el juego de desaparecer. Pero Tila jamás se esfumó. Siempre la encontré, siempre la envolví con mis brazos.

Anoche, un perro negro nos atravesó como un vendaval, pero seguimos saltando, ligeras, sin miedo. La estrecho con fuerza.

Entonces, la luna me tocó. Más allá de la ventana, la luz permanece intacta, como un faro en la distancia. Y recordé el sitio donde aún existimos.

El canto nocturno de insectos llenaba el aire. Los grillos y saltamontes devoraban la noche. En medio del murmullo, se escuchó “Estás bien”…

Solté los hilos del sueño. Aún la veo en los reflejos.

Previous
Previous

TILA, DESTRUCTORA DE MUNDOS